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Indígenas Nukak Maku, se extinguen en un mundo cada vez más hostil.
La guerrilla colombiana ha desplazado a esta última tribu nómada de sus tierras, que no halla lugar entre la civilización moderna y su antiguo territorio.
El diario Nuevo Herald informó este mes que la última tribu nómada de Colombia, los Nukak Maku se quedaron sin tierras después de haber sido expulsados de su territorio original por la guerrilla colombiana.
Según el mismo medio, los indígenas, en un afán de supervivencia, invaden terrenos de propiedad privada. En general están sumidos en una gran pobreza, y están al borde de la extinción. El Nuevo Herald citó a Albeiro Riaño, un médico voluntario de la zona afirmar que son despreciados incluso por sus vecinos campesinos.
Esta situación tiene otros precedentes. En 2010, el diario colombiano El Tiempo reportó que 170 Nukak que vivían en una finca de la Alcaldía de San José desde hacía 7 años, provocaban la incomodidad en los vecinos.
La etnia Nukak
La etnia indígena Nukak mantuvo sus costumbres ancestrales durante muchos siglos. Su forma normal de alimentarse en su hábitat natural siempre dependió de la caza y la recolección.
La vestimenta de los Nukak Maku hoy sigue siendo muy particular. Muchos eligen estar desnudos, algunos se cubren con taparrabos, otros con hojas de palma tejidas, y otros copian la vestimenta de los campesinos.
Los Nukak no lograron adaptarse totalmente a la forma de pensar del resto del mundo. Luis Evelis Andrade, presidente de la Organización Nacional Indígena, citado por el diario El Tiempo, afirma que el concepto de propiedad le es ajeno a su forma de pensar. Según el mismo diario, los pobladores afirman que es muy común que cuando se les agotan los alimentos salgan a buscarlos, y simplemente lo tomen de las fincas vecinas.
Esta disparidad con las costumbres locales, les ha provocado muchos problemas. El Tiempo, informó en 2010, que el presidente de la junta acción comunal de la vereda Agua Bonita llegó incluso a considerarlos 'una plaga'.
Más problemas
Según el portal de noticias colombiano Cambios.com.co, desde el año 1988 hasta la fecha, la población se ha reducido en un 50% debido a enfermedades.
“Caza y pesca, mucha falta”, dijo Wembe, un personaje representativo de los Nukak en una finca en San José del Guaviare, a un enviado del diario El Nuevo Herald. También dijo que las enfermedades y la mortalidad siguen en aumento: “Paludismo, gripe, pulmones (neumonías), diarrea y amebas”.
Según la agencia AFP, muchos dueños de fincas cercanas a donde se encuentran los Nukak los están reclutando y conviertiendo en esclavos, sobre todo en las siembras de coca. El Nuevo Herald en la sección para América Latina del 15 de abril pasado afirma también que muchas mujeres han caído en la prostitución, y que los Nukak Maku con su singular ingenuidad han sido arrastrados muy fácilmente.
Una posible solución
Investigadores sociales coinciden en que la mejor solución está en que los Nukak Maku vuelvan a su territorio de 900.000 hectáreas en el centro del Guaviare.
Una acción coordinada del estado que permita la supervivencia de la tribu dispersa también sería muy importante.
En el caso de las guerrillas colombianas que impiden el regreso de esta tribu a sus lugares de origen, y que han sembrado de minas el territorio de los Nukak se les pregunta ¿no deberían tener siquiera un ápice de piedad por sus paisanos?. Ningún cambio social es posible si no hay valores y virtudes que guíen las acciones de los hombres.
Por
Elizabeth Yarce
enviada especial Guaviare
Los blancos les enseñaron a sentir pena de no poner ropa en sus cuerpos y también de no saber hablar como ellos. Les enseñaron a cambiar sus dientes de piraña por tijeras, hojas de árbol por jabón y taparrabos por ropa, aunque no han aprendido a lavarse los dientes.
Pero los nukak makú, la última tribu nómada de Colombia, acostumbrada a correr por un millón de hectáreas de selva en la Amazonía, no ha aprendido a defenderse de males de los blancos, desconocidos para ellos hasta hace 20 años: el hambre, la discriminación, la coca, la guerra y la gripa.
De ser nómadas pasaron a ser desterrados. De tener toda la selva para correrla, ahora se defienden en 20 hectáreas.
De vivir de los frutos de la tierra, de la cacería y de tener al río como fuente, pasaron a vivir de la limosna y de lo que le paguen los blancos por las artesanías que fabrican.
Paradójicamente, conocieron el dinero y los niños tienen las barriguitas gordas, pero de parásitos.
Esta fue la situación que conoció una misión internacional de verificación, con delegados de Bélgica, Suiza, Francia, Holanda y Estados Unidos, que los visitó el jueves anterior, en un paraje selvático en Puerto Ospina, y quiénes dijeron estar asombrados de que no sólo exista guerra en Colombia y sean comunidades como las indígenas las que más la padezcan, sino por la desatención estatal que allí se percibe.
El lugar está ubicado a dos horas y media por carretera destapada de la cabecera del municipio de San José del Guaviare. Luego de recorrer la vía, el carro se detiene y sólo se ven árboles y pantano. Más adentro está un campamento con hojas de platanillo, hamacas y muchos niños.
Las mujeres, todas con sus cabezas rasuradas con un corte particular de esa etnia, y algunas pintadas de rojo con un líquido que extraen de las semillas de achote, tienen la mayoría los pechos caídos por los halones que le hacen los pequeños para buscar alimento.
"Hemos estado muy enfermos", comenta en un español deficiente una joven que dice llamarse Didiva. Mientras que en silencio el pequeño se lleva la mano a la boca. "Tiene hambre y se me está secando el alimento", agrega la madre. Un joven llamado Pari entre los nukak y Julián para los blancos, hace la traducción.
Las plagas makú
En su lengua aborigen y con la traducción de uno de sus nietos, Clayi, el hombre más viejo de la tribu y quien sólo llevaba puesto un calzón, dio cuenta a los extranjeros, a delegados de Naciones Unidas y de la Organización Nacional Indígena (Onic), de lo que pasaba con su familia (toda la tribu).
Les dijo que todos estaban enfermos de la gripa, algunos de tuberculosis. Que por amenazas de los grupos armados, de los narcotraficantes y de colonos que quieren construir en la selva, todo su grupo (les llaman bandas) tuvo que huir hace cinco años y quedarse más cerca de la cabecera. Ahora el Gobierno, al percatarse de su situación decidió reubicarlos en un lugar pero para un nómada es como una especie de cárcel, según precisa Iginio Obispo, de la Onic.
"Y como pudo observar la misión internacional, no son nada óptimas las condiciones en las que están nuestro hermanos. Pero más nos duele es la extinción de su cultura".
El abuelo Clayi retoma su relato sin entender lo que decía Iginio. "Los blancos nos enseñaron a sentir pena de estar sin ropa", es lo que comenta mientras un joven que dice llamarse Maobé traduce cada palabra. "Unos misioneros antropólogos nos enseñaron el idioma español", añade.
"Este es mi clan. El resto está esparcido en la selva porque no aguantó esto y se fue. Nosotros también queremos irnos de aquí porque no hay qué comer. Los wàn (micos con los que se alimentan) ya se nos están acabando y es muy lejos para ir a cazarlos", expresa el hombre que lidera uno de los clanes compuesto por 170 personas que conviven de forma endogámica y poligínica.
"Nos enfermamos todos de la gripa y le tenemos mucho miedo porque ya murieron algunos de nosotros cuando entramos en contacto con los blancos", agrega el hombre mientras la Misión toma nota.
"Si nos dan uno o varios botes podemos irnos por el río y volver a la selva. Nos da miedo enfermarnos por allá porque aquí conocimos los médicos y nos han ayudado. Pero aquí no somos nada felices", asegura Maobé pero a nombre suyo.
En la selva, explica el joven, las cosas han cambiado mucho pero no quieren perder esa libertad puesto que los nukak makú acostumbran a estar en un mismo sitio entre seis y ocho meses, dependiendo de lo que les dé la tierra, la caza y el agua para vivir.
"Queremos volver. Aunque los narcos nos han quitado mucha tierra para sembrar coca y queman muchos árboles. Y del cielo cae veneno de los aviones. La guerrilla también está allá y quiere que nos vayamos con ellos. Los paracos también quieren que prestemos servicio. Nosotros no queremos nada de eso", advierte otro joven cuyo nombre traduce al español carnada.
Su inconformidad no es gratuita. El destierro de años atrás no sólo lo provocó el miedo sino que hubo asesinatos. También los atormentó el no tener cómo sobrevivir a las que llamaron "plagas" que contrajeron al entrar en contacto con otra civilización. Una de ellas fue la gripa.
"De gripa no se van a morir pero sí por falta de atención. El Estado prometió unas garantías y vemos que no hay", añade Iginio Obispo.
"Duele mucho ver que se está perdiendo una cultura. Ya con costumbres de los mestizos y qué tristeza venir a este país y ver que hay cosas que no cambian como esta terrible miseria, aseveró Anne Vereecken, miembro del Comité de Defensa de Derechos Humanos de la organización Daniel Gillard, de Bélgica. Mientras tanto, una nukak makú le decía que si le daba 5.000 pesos le haría un collar de moriche.
Principio o fin
De los nukak makú, explica Luis Evelis Andrade, presidente de Onic, sólo quedan 450 integrantes de los cerca de 1.200 a 1.500 que pudieron existir, puesto que en las últimas dos décadas la malaria y la gripe los han diezmado.
"Ahora tenemos aquí censados 170. Pero selva adentro, a más de nueve horas de aquí, calculamos que hay 300 que integran las familias que poco a poco se han devuelto a la selva pese a los peligros que ello representa. Pero, ellos dicen que están mejor allá y ahora aspiran a un digno retorno porque es claro que no están bien", sostiene Evelis Andrade.
Los nukak makú han caminado por siglos las selvas en armonía con la naturaleza entre el río Guaviare y el río Inírida y al ser un grupo nómada no tiene un espacio físico definido. Dice Maobé que pese a lo grande de la selva en la que vivían (un millón de hectáreas) nunca se los tragaría porque la tienen marcada con picas (senderos) para reconocerla. Pero, temen que por "la ambición de los coqueros" se les pierda hasta la ruta.
"Nos han llamado a sembrar coca y no nos gusta. Algunos se han llevado algunas mujeres y por eso ya hay niños hijos de colonos. Nos quieren llevar y lo único que pedimos es ser libres como éramos antes. Aunque ahora es más difícil porque antes salíamos a cazar y no nos daba miedo de las fieras y llegábamos con un cerdo salvaje o un wàn. Se escuchaba ruidos de animales, ahora motosierra porque están matando la tierra", reclama Pari.
Dice que será más difícil continuar con muchas costumbres de los blancos que habían aprendido estos años de vida tan cerca de las cabeceras de los pueblos. "Ya no es tan fácil salir sin ropa. Los únicos a los que no les importa son los niños". Hoy, cuando los nukak makú reclaman volver a sus tierras, hay total incertidumbre. Los niños se limpian los mocos de una gripa que esperan no sea mortal. Las mujeres exprimen las últimas gotas de sus pechos para que no se mueran de hambre. Los hombres no tienen qué cazar y los viejos están tristes.
La última tribu nómada ya no lo es porque está atrapada en un área de 20 hectáreas, donde fue reubicada por el Gobierno. A los blancos no les apena.
Elizabeth Yarce
enviada especial Guaviare
Los blancos les enseñaron a sentir pena de no poner ropa en sus cuerpos y también de no saber hablar como ellos. Les enseñaron a cambiar sus dientes de piraña por tijeras, hojas de árbol por jabón y taparrabos por ropa, aunque no han aprendido a lavarse los dientes.
Pero los nukak makú, la última tribu nómada de Colombia, acostumbrada a correr por un millón de hectáreas de selva en la Amazonía, no ha aprendido a defenderse de males de los blancos, desconocidos para ellos hasta hace 20 años: el hambre, la discriminación, la coca, la guerra y la gripa.
De ser nómadas pasaron a ser desterrados. De tener toda la selva para correrla, ahora se defienden en 20 hectáreas.
De vivir de los frutos de la tierra, de la cacería y de tener al río como fuente, pasaron a vivir de la limosna y de lo que le paguen los blancos por las artesanías que fabrican.
Paradójicamente, conocieron el dinero y los niños tienen las barriguitas gordas, pero de parásitos.
Esta fue la situación que conoció una misión internacional de verificación, con delegados de Bélgica, Suiza, Francia, Holanda y Estados Unidos, que los visitó el jueves anterior, en un paraje selvático en Puerto Ospina, y quiénes dijeron estar asombrados de que no sólo exista guerra en Colombia y sean comunidades como las indígenas las que más la padezcan, sino por la desatención estatal que allí se percibe.
El lugar está ubicado a dos horas y media por carretera destapada de la cabecera del municipio de San José del Guaviare. Luego de recorrer la vía, el carro se detiene y sólo se ven árboles y pantano. Más adentro está un campamento con hojas de platanillo, hamacas y muchos niños.
Las mujeres, todas con sus cabezas rasuradas con un corte particular de esa etnia, y algunas pintadas de rojo con un líquido que extraen de las semillas de achote, tienen la mayoría los pechos caídos por los halones que le hacen los pequeños para buscar alimento.
"Hemos estado muy enfermos", comenta en un español deficiente una joven que dice llamarse Didiva. Mientras que en silencio el pequeño se lleva la mano a la boca. "Tiene hambre y se me está secando el alimento", agrega la madre. Un joven llamado Pari entre los nukak y Julián para los blancos, hace la traducción.
Las plagas makú
En su lengua aborigen y con la traducción de uno de sus nietos, Clayi, el hombre más viejo de la tribu y quien sólo llevaba puesto un calzón, dio cuenta a los extranjeros, a delegados de Naciones Unidas y de la Organización Nacional Indígena (Onic), de lo que pasaba con su familia (toda la tribu).
Les dijo que todos estaban enfermos de la gripa, algunos de tuberculosis. Que por amenazas de los grupos armados, de los narcotraficantes y de colonos que quieren construir en la selva, todo su grupo (les llaman bandas) tuvo que huir hace cinco años y quedarse más cerca de la cabecera. Ahora el Gobierno, al percatarse de su situación decidió reubicarlos en un lugar pero para un nómada es como una especie de cárcel, según precisa Iginio Obispo, de la Onic.
"Y como pudo observar la misión internacional, no son nada óptimas las condiciones en las que están nuestro hermanos. Pero más nos duele es la extinción de su cultura".
El abuelo Clayi retoma su relato sin entender lo que decía Iginio. "Los blancos nos enseñaron a sentir pena de estar sin ropa", es lo que comenta mientras un joven que dice llamarse Maobé traduce cada palabra. "Unos misioneros antropólogos nos enseñaron el idioma español", añade.
"Este es mi clan. El resto está esparcido en la selva porque no aguantó esto y se fue. Nosotros también queremos irnos de aquí porque no hay qué comer. Los wàn (micos con los que se alimentan) ya se nos están acabando y es muy lejos para ir a cazarlos", expresa el hombre que lidera uno de los clanes compuesto por 170 personas que conviven de forma endogámica y poligínica.
"Nos enfermamos todos de la gripa y le tenemos mucho miedo porque ya murieron algunos de nosotros cuando entramos en contacto con los blancos", agrega el hombre mientras la Misión toma nota.
"Si nos dan uno o varios botes podemos irnos por el río y volver a la selva. Nos da miedo enfermarnos por allá porque aquí conocimos los médicos y nos han ayudado. Pero aquí no somos nada felices", asegura Maobé pero a nombre suyo.
En la selva, explica el joven, las cosas han cambiado mucho pero no quieren perder esa libertad puesto que los nukak makú acostumbran a estar en un mismo sitio entre seis y ocho meses, dependiendo de lo que les dé la tierra, la caza y el agua para vivir.
"Queremos volver. Aunque los narcos nos han quitado mucha tierra para sembrar coca y queman muchos árboles. Y del cielo cae veneno de los aviones. La guerrilla también está allá y quiere que nos vayamos con ellos. Los paracos también quieren que prestemos servicio. Nosotros no queremos nada de eso", advierte otro joven cuyo nombre traduce al español carnada.
Su inconformidad no es gratuita. El destierro de años atrás no sólo lo provocó el miedo sino que hubo asesinatos. También los atormentó el no tener cómo sobrevivir a las que llamaron "plagas" que contrajeron al entrar en contacto con otra civilización. Una de ellas fue la gripa.
"De gripa no se van a morir pero sí por falta de atención. El Estado prometió unas garantías y vemos que no hay", añade Iginio Obispo.
"Duele mucho ver que se está perdiendo una cultura. Ya con costumbres de los mestizos y qué tristeza venir a este país y ver que hay cosas que no cambian como esta terrible miseria, aseveró Anne Vereecken, miembro del Comité de Defensa de Derechos Humanos de la organización Daniel Gillard, de Bélgica. Mientras tanto, una nukak makú le decía que si le daba 5.000 pesos le haría un collar de moriche.
Principio o fin
De los nukak makú, explica Luis Evelis Andrade, presidente de Onic, sólo quedan 450 integrantes de los cerca de 1.200 a 1.500 que pudieron existir, puesto que en las últimas dos décadas la malaria y la gripe los han diezmado.
"Ahora tenemos aquí censados 170. Pero selva adentro, a más de nueve horas de aquí, calculamos que hay 300 que integran las familias que poco a poco se han devuelto a la selva pese a los peligros que ello representa. Pero, ellos dicen que están mejor allá y ahora aspiran a un digno retorno porque es claro que no están bien", sostiene Evelis Andrade.
Los nukak makú han caminado por siglos las selvas en armonía con la naturaleza entre el río Guaviare y el río Inírida y al ser un grupo nómada no tiene un espacio físico definido. Dice Maobé que pese a lo grande de la selva en la que vivían (un millón de hectáreas) nunca se los tragaría porque la tienen marcada con picas (senderos) para reconocerla. Pero, temen que por "la ambición de los coqueros" se les pierda hasta la ruta.
"Nos han llamado a sembrar coca y no nos gusta. Algunos se han llevado algunas mujeres y por eso ya hay niños hijos de colonos. Nos quieren llevar y lo único que pedimos es ser libres como éramos antes. Aunque ahora es más difícil porque antes salíamos a cazar y no nos daba miedo de las fieras y llegábamos con un cerdo salvaje o un wàn. Se escuchaba ruidos de animales, ahora motosierra porque están matando la tierra", reclama Pari.
Dice que será más difícil continuar con muchas costumbres de los blancos que habían aprendido estos años de vida tan cerca de las cabeceras de los pueblos. "Ya no es tan fácil salir sin ropa. Los únicos a los que no les importa son los niños". Hoy, cuando los nukak makú reclaman volver a sus tierras, hay total incertidumbre. Los niños se limpian los mocos de una gripa que esperan no sea mortal. Las mujeres exprimen las últimas gotas de sus pechos para que no se mueran de hambre. Los hombres no tienen qué cazar y los viejos están tristes.
La última tribu nómada ya no lo es porque está atrapada en un área de 20 hectáreas, donde fue reubicada por el Gobierno. A los blancos no les apena.
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